Uno de tantos
La mañana en la que
Juan volvió era fría. Llovía a cántaros cuando él abrió la puerta y se quedó
plantado en el umbral. No se podía imaginar que Juan hubiese vuelto a aparecer por allí. Estaba
empapado hasta los huesos y no era capaz de levantar la mirada.
—Supongo que querrás entrar. No te quedes ahí
plantado ¿qué te trae por aquí? –No terminaba de salir de su asombro ante tal
aparición.
Juan entró sin levantar aún la mirada. Como
toda respuesta solamente se encogió de hombros y puso cara de póker. Para
desbloquear la situación le acompañó al baño y le ofreció una toalla, pero, al
ver el estado de su ropa y su aspecto desaliñado, cambió de idea.
—Anda, date una buena ducha caliente que es lo
que mejor te va a sentar. Voy a buscar algo de ropa de la que los chicos dejan
abandonada para que te puedas poner algo seco.
Mientras rebuscaba en el armario del olvido,
como lo llamaban en el hogar de acogida, no dejaba de dar vueltas a la cabeza.
No sabía qué hacer con Juan en estos momentos, ni qué podría venir a buscar.
Por supuesto su plaza ya había sido dada de baja, aunque aún no se sabía si iba
a haber un nuevo ocupante. Creía que cuando se escapó habría regresado a casa
de sus padres, y esto fue hace más de un año, pero por sus pintas no cabía la
menor duda de que andaba por la calle o buscando refugio en casas o locales de
colegas. En anteriores escapadas ya había estado durmiendo en algún coche
abandonado, para que la policía no le localizara.
—Creo que esto te va a venir bien. Además
hemos tenido suerte y hay una chamarra que te puede resguardar de la lluvia
mejor que la tuya.
Cogió una bolsa de plástico y mientras Juan se
vestía fue poniendo en ella la ropa sucia. En su cabeza se agolpaban las
preguntas, pero no sabía por dónde empezar por si aún tenía la oportunidad de ayudar
en algo a aquella calamidad de chaval. Desde que lo recogieron con doce se
habían vuelto locos todos los educadores del hogar, y en especial él que
ejercía de tutor, buscando todo tipo de recursos para poder centrarlo. Los fue
abandonando todos dejando una estela de hartazgo y de ganas de perderlo de
vista en los sitios por los que pasó. No duró nada en el club de kárate, ni en
el taller que le buscó para que aprendiera un oficio ya que su asistencia al
instituto era impensable, ni en las colonias o en los grupos juveniles que organizaban en el Ayuntamiento. Cuando
desparecía durante uno o dos días ya sabía que o llamaban de la comisaría de
los municipales o había que ir a
buscarle al cuartel de la hertzaintza.
Le invitó a desayunar. Juan contestó con su
habitual gesto de encoger los hombros, como queriendo decir que ya lo esperaba.
Se plantó ante el tazón de cacao y un paquete de galletas sin decir palabra y
dio buena cuenta de ello sin rechistar.
—Creía que estabas en casa de tus padres, pero
me da la impresión de que no vienes de allí –Se quedó mirándole y por toda
respuesta negó con la cabeza mientras deglutía con ansiedad las galletas.
—No pretenderás volver a aquí, ya sabes que
eso es imposible porque acabas de cumplir los dieciocho. Así que si quieres cuartel, aunque sea por una noche, tendrás
que buscar otro sitio. –Se quedó esperando
respuesta pero, ante el mutismo de Juan, intentó echarle un capote.- De todos
modos, si te puedo ayudar en algo, aquí me vas a tener.
Había sido tutor suyo durante varios años y
era uno de los casos que más quebraderos de cabeza le habían supuesto. Juan
procedía de una familia obrera de inmigrantes extremeños. Su padre se había
colocado en la mina de Ortuella de vigilante. Ganaba poco y se bebía la mitad,
así que entre trabajo y borracheras no le veían ni en fotografía. A la madre no
le daba para llevar la casa y tirar de la prole, cuatro varones y dos chicas. En ese ambiente descontrolado,
Juan aprendió a buscarse la vida por su
cuenta, así que, tras varios robos, con doce años el juez de menores decretó su ingreso en alguna
institución.
—Mis padres se han ido a vivir al pueblo con
mi hermano pequeño –comenzó a soltar poco a poco con la mirada perdida en el
mantel que se había pringado de cacao- y en casa solo queda mi hermano mayor,
que está loco. Si aparezco por allí me saca a patadas o me tira por el hueco de
la escalera. –Se quedó callado y dio el último trago- La verdad es que no le
falta razón. Un día necesitaba un móvil y me llevé el suyo. Tampoco le gusta
que lleve gente a casa y un día me pilló con una chica.
—Supongo que sería con Cris. ¿Sigues con ella
aún?
—Pues claro, es muy buena conmigo.
—No sé ni cómo te aguanta con todas las que
has armado ¿Qué tal está y qué piensa de que andes así?
—E… -Hundió más la cabeza y casi en un susurro llegó a
articular la frase.- está embarazada.
Se le cayó el alma a los pies al oírlo, aunque
algo así entraba dentro de lo probable. Se quedó mirando fijamente a Juan con
una mirada entre compasiva y llena de rabia. El chaval captó aquella mirada que
aún le era familiar y reventó.
—Sí ya sé lo que me vas a decir, que qué voy a
hacer ahora y esas cosas. Pues mira, los padres de Cris se van a hacer cargo de
la criatura y no quieren ni verme. La tienen casi encerrada en casa porque no
quieren que me vea ni que hable conmigo, son unos carceleros –fue elevando el
tono a medida en que se estaba acalorando-, pero yo no voy a permitirlo porque la quiero y no puedo
vivir sin ella. Me las voy a arreglar para llevarla con nuestro hijo. Ya lo
verás.
—Claro, y les vas a sostener a base de
trapichear y de dar palos. ¡Qué me estás contando, Juanito! –Solo él le llamaba por el
diminutivo- Perdón, ya no te puedo llamar así que has pasado los dieciocho años. Supongo que recordarás que a partir de ahora se
acabó lo de menor de edad, o sea, que a la mínima que te pillen y con el
currículo que tienes en la fiscalía de menores, ya sabes a dónde vas a ir parar.
¿También te los vas a llevar allí?
Juan se quedó cortado y volvió a hundir su
cabeza. Se creó un silencio molesto. Pero aún le quedaba por aclarar por qué
demonios se había presentado en el hogar, así que siguió tirándole de la lengua.
—Ya me contarás para qué has venido hoy.
Supongo que no ha sido porque tenías hambre o porque hace mucho tiempo que no
me ves –añadió con sorna para romper el silencio.
—Estoy buscando al Rafa. Necesito quedar con
él.
—Ya no está en este hogar y si no me dices
para qué lo quieres no pienso decirte a dónde lo han trasladado. No me chupo el
dedo, Juan. Sé de sobra que cada vez que os juntáis es para armar una buena.
—Quieren que me coma el marrón de una movida
en Max Center y yo no he hecho nada. Rafa lo sabe y quiero que dé la cara por
mí. Además, me debe unos cuantos talegos y no pienso perdonárselos.
—A ver Juan, esa película ya me la has contado
muchas veces…
—Pues esta vez es verdad ¡que te jodan! –Saltó
como un resorte, cogió la chamarra y la bolsa de ropa sucia y salió como una
exhalación dejándole con la palabra en la boca.
Habían pasado tres o cuatro años de aquella
escena y la estaba recordando como si la hubiera vivido el día anterior. Como
todas las mañanas estaba leyendo el periódico mientras tomaba el café de las once. Se había quedado bloqueado
en la página de sucesos. Ahí estaba él J.J.J., no podía ser otro Juan Jiménez
Jiménez. Ha muerto apuñalado por G.E.T. el Txerar, claro, se odiaban y se
necesitaban. Al parecer se trataba de una deuda. Por si fuera poco, la semana
anterior se había encontrado a Cris que llevaba a su hija a la escuela. Era el
vivo retrato de Juan, pero no se había atrevido a preguntarle nada sobre su
relación y se había conformado con hacerle unas carantoñas a la pequeña. Así
que no sabía ni siquiera si la criatura había llegado a conocer a su padre. De
todos modos, bendita orfandad, pensó, aunque luego se lo reprochó por ser un
tanto cruel.
Cerró el periódico y se levantó. Salió del
bar, olvidándose del café, con una punzada en el estómago mientras se
preguntaba, en medio de la rabia y de la impotencia que le había provocado la
noticia, si había hecho lo suficiente para evitar esto. Estuvo deambulando un
buen rato por los alrededores de su nueva oficina para serenarse, rumiando sus recuerdos
y tragando las lágrimas que intentaba impedir que aflorasen. Es difícil
comprender cómo se las arreglan estos chavales para engancharle a uno, se
repetía una y otra vez. Lo más doloroso es tener que aceptar que todo lo que se
lucha por sacarles del pozo puede acabar así o en otro tipo de desastres. Será
que a uno no le queda otra que hacer de notario, porque, aunque duelan en el
alma, en muchas ocasiones estas cosas se ven venir y te pasan por encima.
Comentarios
Publicar un comentario