JONE (Huidas hacia adelante 4ª)

 

JONE

Aquella noche no esperaba ya a nadie. Quiso tomar algo y hundirse en la cama para olvidar hasta de que existía. Pero le dio un sobresalto. Sí precisamente aquella noche sonó el teléfono. Ni siquiera miró el número reflejado en su pantalla. No creía que nadie se iba a acordar de ella y prefirió suponer que alguien se había equivocado al marcar. Después de que le hubieran puesto de patitas en la calle en el trabajo no estaba para nadie, y menos si se trataba de algún familiar. Dejó sonar esperando que quien fuera que llamara se cansase y colgara. En efecto, se colgó, pero para su fastidio volvió a sonar impertinente y esta vez sí insistió hasta que saltó el contestador automático: “Hola, espero que éste siga siendo el número de Jone Olabarri. Soy Wilian Jesús Goenaga. Deseo contactar con usted…”

Jone dio un salto como movida por un resorte que le hizo olvidar su postración y marcó la llamada sin dejar que terminara la frase.

—Josu –algo se le atragantó en la garganta al pronunciar ese nombre y rompió a llorar-.

—Jone, estoy en España y me gustaría verla –se quedó un instante en silencio sorprendido- ¿Está llorando, mi amor?

Esa pregunta, dicha con el acento colombiano que él había recuperado después de haber vuelto a su tierra hacía tantos años, acabó por desgarrarle del todo. Era lo que menos se podía esperar. La ternura de su expresión y aquel timbre inequívoco de su voz la trasladaron de golpe a un pasado que quería tener sepultado, pero que desde su supuesta tumba había estado marcando todos los presentes hasta el día de hoy, que se le había antojado el más desdichado de su historia. Hoy en medio de su depre le había pillado con la guardia baja y no había podido soportar la carga de todos los recuerdos que se le habían echado encima de golpe. Siguió llorando con todas sus ganas sin poder, ni querer, contenerse.

Ese tono y esa manera de llamarle “mi amor” no  tenían nada que ver con la última expresión de su cara y la dureza de sus palabras, cuando se despidió de ella y de su familia de Zeberio tras el incendio de la serrería que iba a ser suya y que iba a suponer la garantía de un futuro para los dos. Y ahora aparecía de repente sin previo aviso en medio de la soledad no deseada en la que estaba instalada su vida y justo después de quedarse sin trabajo, que era el último estímulo que la mantenía con ganas de vivir.

—Jone, si le molesta mi llamada puedo hacerla en otro momento. Lo que menos deseo es incomodarla.

—Cállate, canalla –consiguió decir entre hipos- y deja de tratarme de usted.

—Estás llorando y, como no te veo, no sé por qué lo haces.

—¿Tú qué crees, o se te ha olvidado cómo soy? Te presentas sin avisar y, casualmente, en un día horroroso. Me has pillado con las defensas bajas y no he podido encajar el susto que me has dado.

—Espero que lo del susto sea para bien ¿o es que ya no quieres saber nada de mí?

—Eso, qué más quisiera yo que haberte olvidado. Lo he intentado para seguir viviendo ¿sabes? –continuó subiendo el tono de su voz mientras se tragaba las últimas lágrimas- Me ha sido imposible, porque cuando menos lo esperaba volvía a ver tu cara cuando me dijiste que desaparecías o cuando intentaba buscar una relación con otro hombre aparecías tú y sentía tu manera de acariciarme, o tu aliento... –hizo una pausa-. Ahora pregúntame que por qué lloro.

—Yo… -ahora fue él quien se quedó sin palabras ante una declaración que no se esperaba-

—Vale, tú qué. Dime para qué me has llamado –el silencio fue su respuesta-. Te lo voy a dejar muy clarito, porque no estoy para sustos: si no es para retomar lo que se quedó colgado, ya nos hemos saludado y agur.

—Mira Jone, me has dado una muy buena explicación de cómo eres, por si se me había olvidado, y sí porque eres así me enamoré de ti. Nunca me hubiera imaginado que te lo haya hecho pasar tan mal y, ahora que lo sé, no me lo voy a perdonar. Te he llamado porque he tenido que venir a España por razones de negocios. Por supuesto que no pretendo saludarte y ya. Quiero hablar contigo largo y tendido.

—Pues tú dirás, porque tengo todo el tiempo del mundo. La empresa ha entrado en crisis y me han agradecido los servicios prestados. Así que, una vez que arregle lo del paro, cuando quieras.

—Siento mucho lo que te ha pasado y entiendo que en esta situación no estés para sorpresas. He llegado recién y aún estoy en Madrid, pero de paso. Por mi parte, no quiero pisar Bilbao y, ni que decir tiene, Zeberio. Creo que las tías han muerto también, y lo único que me queda allí son malos recuerdos.

—Por eso no te apures. Vivo en Bilbao, pero no he vuelto a aparecer por el pueblo nada más que a los funerales.

—Yo tengo que moverme por varias regiones. Creo que la que te viene más cercana es La Rioja. Me han recomendado el parador de Sto. Domingo de la Calzada. Tengo previsto estar un par de días, pero añadiré un tercero porque ése no va a ser de trabajo, si no te parece mal, será exclusivamente para nosotros dos. Después de lo que hemos hablado necesitamos ponernos al día. Lo digo por mí, tú…

—Pues claro, bobo. Cómo se te ocurre dudarlo.

—Entonces, no se diga más. Esta misma semana, en cuanto haga las reservas, te llamo. Si quieres acompañarme mientras esté con mi trabajo, encantado, para mí sería un lujo contar contigo.

—Vaya, así que ya me estás haciendo la pelota para explotarme –soltó una carajada-. No tengo otra cosa que hacer, así que por mí como si me quieres llevar de gira contigo.

—No me lo repitas dos veces. Después de haber vuelto a reconocer tu risa, soy capaz de lo que haga falta con tal de contar contigo.


Había salido de la autopista y las indicaciones para llegar a Sto. Domingo no tenían pérdida. En la medida en que se iba acercando a su destino  tenía un runrún por dentro, como si fuese repitiendo lo hablado por teléfono con Josu. Había algo que le intrigaba: por una parte su llamada había sido una inyección de vida, pero por otra sentía algo parecido al miedo ante la incógnita de no saber lo que se le iba a presentar. Él le había hablado de contar con ella. En su relación anterior Jone siempre había ejercido el papel de ponerle los pies en el suelo y hacerle prever las posibles consecuencias de sus decisiones. Habían formado un tándem muy bien compenetrado en los temas de sus estudios y en la gestión de la serrería, a lo que había que añadir la confianza y el cariño de enamorados que compartían. Posiblemente Josu ahora buscaba la primera parte de la ecuación, así que no podía hacerse ilusiones sobre su relación afectiva, por más que le hubiera encantado esta nueva aventura. Porque qué era lo que hacía ella allí, sino meterse en una aventura. Estaba entrando en un terreno desconocido a pesar de las referencias a un pasado que quedó cortado de la manera más cruel e inesperada. Por lo mismo, podría encontrarse con otro portazo o con una nueva posibilidad.

Tal como habían acordado víspera, ella al salir de la autopista le había puesto un WhatsApp para avisarle de su llegada. Al llegar al parador le vio de lejos y sintió un pinchazo en el estómago. Esa reacción de sus entrañas con solo verle, le había hecho comprobar que seguía enamorada de él, aunque le costase reconocerlo. Josu no la había identificado porque no sabía qué tipo de coche llevaba. Probablemente podría tener algún recuerdo del viejo Polo que su familia le dejaba usar. Observó cómo miraba el reloj con gesto de impaciencia. Sacó el brazo por la ventanilla y vio cómo se le iluminaba la cara al reconocerla. Tenía la duda de si iba a estar a la altura de los gustos que podría tener él ahora, pero había decidido que seguiría con su manera informal de vestir y con su costumbre de no maquillarse. En el fondo quería que él la viese tal como era ahora, sin disfraces y trucos para tapar el desgaste imperdonable del paso del tiempo y de las turbulencias o disgustos que le había tocado lidiar. Josu había engordado algo, pero sin barriga. Su mata de pelo negro parecía menos densa y comenzaba a pintarse de blanco. Las inevitables entradas, que le hicieron recordar a sus tíos, le añadían un toque grave a su aspecto. Su mirada seguía siendo penetrante y sus ojos habían adquirido un brillo especial cuando se le acercó.

Aparcó el coche. Se quedaron un buen rato en pie mirándose y sonriendo como si estuvieran comprobando que sí que eran ellos y no otros. Josu extendió las manos y ella las tomó. Se rieron los dos al tiempo, incapaces de decir una sola palabra, hasta que acabaron abrazados. Para ella aquella sensación de sentirse dentro de sus brazos suponía revivir algo que fue lo más importante de su vida. No pudo evitar mojar sus ojos en medio de las sonrisas. Josu sintió que estaba entrando en un terreno pantanoso, pero le pudo mucho más la emoción de sentir a aquella mujer que había sido lo mejor que le había pasado en su juventud. La estrechó con todas sus fuerzas. Era como recuperar algo que le habían robado y tenía la oportunidad de volver a sentirlo. Se miraron de nuevo a los ojos y se echaron a reír porque eran conscientes de que estaban haciendo un esfuerzo considerable para no comerse a besos.

Como era de esperar él cogió su maleta y le acompañó para mostrarle las habitaciones reservadas. Al entrar se quedó admirando la estructura gótica del edificio, sus sólidos pilares, sus bóvedas, los rincones con estatuas. Le preguntó a Josu si las habitaciones tenían también esas bóvedas. No se veía durmiendo en una sala de castillo medieval. Josu rio la broma y le avisó de que lo del piso de arriba no tenía nada que ver. Las habitaciones eran sobrias y acogedoras. Junto con salones y comedores formaban un edificio moderno envuelto en una estructura medieval muy bien conservada. Josu con buen criterio había reservado dos habitaciones contiguas, pero individuales. Le sugirió que podía quedarse para arreglarse o darse un baño por aquello del viaje. Jone contestó que Bilbao está a menos de una hora en autopista. Le tomó el pelo porque parecía que nunca había vivido allí o se había olvidado intencionadamente de todo lo referente a este país. Lo que le apetecía era dar una vuelta para estirar las piernas y perderse por el casco viejo de Sto. Domingo, del que le habían hablado maravillas. En realidad, ella prefería que el primer encuentro se jugase en terreno neutral y sin sentirse encerrada, claro que eso no se lo dijo.

Se había puesto ropa cómoda para el paseo y unas zapatillas de esas que ni te acuerdas de cuándo las compraste porque te sientan como un guante. Josu también había dejado su uniforme de ejecutivo y así en camisa con una chaquetilla de punto encima y unos mocasines de estilo italiano, parecía más cercano al que ella conoció de joven. Estuvieron hablando sin más haciendo comentarios de lo que les sugería el ambiente y los edificios que iban viendo. Al pasar por la catedral, vieron que aún estaba abierta. Jone le invitó a entrar y tuvo que insistir para que él accediera, porque nunca había sido de visitar iglesias y edificios similares. Salieron haciendo unas risas por la sorpresa de ver al gallo y la gallina que nunca faltan en ese templo como recuerdo de la leyenda sobre el milagro de Sto. Domingo, protector de los peregrinos. A partir de aquí, casi sin darse cuenta, habían seguido su paseo cogida de su brazo. Antes de volver al hotel se sentaron en un local lo suficientemente acogedor para poder charlar sin ruido.

Jone le estaba cosiendo a preguntas. Poco a poco le fue desgranando su trayectoria a partir de su regreso a Colombia. Su familia se había refugiado en Cali al amparo de sus abuelos maternos. Su madre había conseguido un puesto de trabajo en una pequeña empresa de la zona con un sueldo que les daba para vivir con holgura. Pero él se sintió asfixiado desde el segundo mes de su estancia allí. Él estaba decidido a volver a Bogotá. Las cosas habían cambiado y ya no planeaban sobre ellos las amenazas de la guerrilla. Se puso a localizar a antiguas amistades de la familia y de su adolescencia. Empezó trabajando de administrativo en unos grandes almacenes. Casualmente se rencontró con la que había sido su “amiga preferida” del bachillerato antes de ir a Bilbao. Se llevó la sorpresa de que uno de los hermanos de Jenifer Martina –Jeni para los amigos-  tenía un estudio para elaborar proyectos encargados por instituciones públicas y por empresas de todo tipo. Ella  le habló de Wilians Jesús –allí Wili-, recordaron de qué se conocían y que había regresado de España con los estudios de economía y con experiencia empresarial. Le fue bien en esos tres años que estuvo en el estudio. Le ayudó a asentarse económicamente y a hacerse un nombre en los ambientes empresariales, sobre todo entre los que recordaban a su padre.

—Y de  paso volviste a tener relación con tu amiga Jeni. No me digas que… Vale, me callo. No tengo derecho a pedirte cuentas de tu vida.

—¿Por qué dices eso? Lo de Jeni es una historia muy larga y claro que te la voy a contar, cosa que no hice en su día cuando estuvimos a punto de casarnos.

—Prometido, de esta no te escapas ¿Pero a qué has venido a España?

—Tuve contactos con una empresa de calzados especializados de Medellín. Querían abrir una delegación en Bogotá. Me propuse como gerente dado que conocía a la perfección el mundillo empresarial y porque conté con la recomendación de Rogelio, el hermano de Jeni. Conseguí ponerla en marcha, y al poco logré que me fueran dando puestos en la dirección general de la empresa.

—Hola, has volado alto. Me alegro por ti y conociéndote sé que te vas a desenvolver a la perfección en esos niveles.

—Me han encargado que haga un estudio de la fabricación de calzado en España, por ver si se puede conseguir alguna alianza, además de buscar iniciativas innovadoras. Ya sabes que eso se lleva mucho últimamente.

—O dicho de otro modo, hacer espionaje industrial –comentó ella riendo-.

—Entre tú y yo sí, pero que nadie nos oiga -sentenció siguiendo la broma-. Hay varias regiones especializadas pero he elegido ésta para empezar porque quería facilitar encontrarnos cuanto antes. Para mis jefes la razón es que aquí está asentada una empresa de fabricación de botas con mucha historia y muy consolidada en los mercados, que también es verdad.

—O sea, me estás diciendo que yo soy más importante que todo lo que te traes entre manos y por eso he marcado el orden de tu gira empresarial –se quedó mirándole con gesto de incredulidad-. No estarás intentando camelarme.

—Jone, por favor, ni se te ocurra ponerlo en duda. En la dirección no se atrevían a proponerme esta gestión, por aquello de que me debía a mi familia. De mi historia aquí solo saben que estudié en una universidad. Así que se alegraron cuando contesté que sí  sin pensarlo. En ese momento te vi en mi pensamiento y no pude evitar una sonrisa. Claro que, ya sabes lo chismosos que somos los hombres en eso de los ligues, enseguida interpretaron mi gesto y tuve que oír de todo. Yo no dije nada, pero se quedaron con la copla de que había algo especial –se quedó un momento en silencio y se le oscureció la expresión del rostro-.

—A ver, conozco esa expresión y me dice que algo fue mal.

—Pues sí. Un graciosillo le fue con el cuento a Jeni haciendo bromas, pero ella conocía de sobra nuestra relación, porque yo se la conté mucho antes de casarnos, y se levantó en armas. Ella es particularmente celosa y se me montó un número, porque lo único que me interesaba del viaje era estar con la vasca, como te llama.

—Ya sabes lo que te dije por teléfono. Está claro que tú ya tienes tu vida en tu familia y lo único que nos queda es saludarnos y desearnos lo mejor. Eso sí, por mí el saludo puede ser todo lo largo que nos apetezca.

Tuvo que disimular que se le atragantaran las últimas palabras. Se creó uno de esos silencios incómodos que parecen eternos, aunque no duren ni un minuto. Ella le hizo una seña y se levantó para ir al baño. Josu se quedó cortado ante la reacción de Jone. Se estaba dando cuenta de que él había tenido oportunidad de rehacer su vida en el trabajo, en una nueva relación que había dejado abandonada, tenía una familia. Ella, sin embargo, según le estaba contando, no había sido capaz de establecer una relación estable, había abandonado la relación con su familia y con su ambiente de Zeberio y ahora acababan de dejarla en la calle. Le parecía un tanto injusto cómo le había tratado la vida a Jone y lo peor era que él tenía algo que ver en ello. Ente tanto se levantó, pagó la consumición y se quedó de pie esperándola.

Jone no se hizo esperar mucho. Se había quedado mirándose en el espejo y se había llamado tonta por haberse hecho ilusiones. De todos modos, él no tenía la culpa de lo que le estaba pasando. Así que tendría que conformarse con la oportunidad de recobrar un vieja amistad, si es que iba a ser capaz de poderle considerar solo un amigo. Respiró hondo y salió intentando poner la mejor de las sonrisas, como quien dice aquí no ha pasado nada. Josu intentó mostrarse lo más amable que pudo y de nuevo cogidos del bracete volvieron al parador. En la cena fue él quien se interesó por su vida. Jone comenzó con evasivas hablando de cosas intranscendentes, porque no se encontraba con fuerzas de llorar su desastre de vida delante de él. Poco a poco entre broma y broma y, cómo no, entre trago y trago se le fue calentando la boca y empezó a contar lo que nunca se hubiera atrevido a decir a nadie, pero mira tú por dónde, seguía siendo incapaz de tener secretos con él. Después de cenar se quedaron en el bar tomando algo. Con un  par de copas más, no calló hasta que decidieron que era hora de descansar.

Se había quedado en blanco, casi sin saber quién era, cuando aquella noche desastrosa del incendio Josu cogió a su madre y se marcharon sin decir adiós a nadie. Sus tíos se quedaron hundidos porque vieron que se esfumaba la ilusión de que su empresa retomase nuevos aires. Ellos estaban dispuestos a poner lo que hiciera falta para reflotar el aserradero, pero sin Josu sabían de sobra que era una empresa imposible. Sus primos no volvieron a aparecer por el pueblo y había oído comentar que ya no se hablaban con sus padres. Tuvieron que malvender lo que quedó en pie a una empresa que hacía palés, pero ahora no sabía en que había acabado aquello.

—Y de mí, ¿qué quieres que te cuente? Me quedé absolutamente sonada, como si me hubieran dado una sarta de golpes en la cabeza. Estuve varias noches con los ojos en blanco incapaz de pensar, ni de dormir. Apenas comía y no salía de mi cuarto. Sé que tus tías subieron varias veces a nuestra casa, pero mi padre se las arregló para que no volvieran. No hacía más que escuchar reproches por haberme fiado de esa familia, ya sabes las rencillas de toda la vida. Se despacharon diciendo lindezas de todo calibre sobre tu chulería, que aprovechaste aquello para irte con otra de su país, que me ibas a tener de chacha. Y todo esto, dicho en cuanto se presentaba la ocasión: que no comes, que a ver si espabilas, que no se te ocurrirá dejar de terminar lo poco que te queda en la universidad, eso te pasa por fiarte de tipos así, en qué vas a trabajar en esas condiciones… O sea, para ayudarme a salir del pozo, ya me entiendes.

—Pero ¿cómo pudieron ser tan brutos, no se daban cuenta de lo que estabas pasando? –lo dijo como quien no se lo puede creer, pero con cierto tono de culpabilidad-.

—¿Te has olvidado de cómo era mi familia? ¿Cuántos te crees que hubieran ido a nuestra boda si nos hubiésemos casado? Y no te cuento la que se podría haber armado después de que estuvieran bien servidos. Hazme el favor de no sentirte culpable. Tuve que aceptar que tu reacción fue del todo lógica ante una puñalada por la espalda como aquella. Claro que, por lo que veo, yo me llevé la peor parte. A los hombres os resulta más fácil pasar página. Fíjate que estuve dudando si irme contigo a Colombia, pero ni siquiera me atreví a decirlo en alto y en aquel estado era incapaz de tomar una decisión de ese calibre.

—¿De verdad que lo pensaste? –ella afirmó con la cabeza y a él se le estaba poniendo cara de tonto-. Mientras estuve viviendo en Cali me quedaba la esperanza de que un día me ibas a llamar. Mi mamá se daba cuenta de que a veces me quedaba ido y mustio y no necesitaba explicaciones. Me decía siempre la misma frase: olvídala mi hijito, ya sabes cómo son y ésta no va a hacer lo mismo que tu padre.

—Una prima de mi madre, bastante más joven que ella, solía ir a menudo a pasar puentes y algunos días de vacaciones a nuestra casa rural. Me vio en esas condiciones e intentó animarme. También le echó una reprimenda a mi madre, porque me tenía así sin hacer nada. Total que a la siguiente que apareció por allí, me llevó con ella a Bilbao y me instaló en su casa. Vivía sola después de separarse y decía que ya no estaba para aguantar a ningún pesado. Ella trabajaba en Basurto de enfermera, así que se las arregló para meterme en el servicio de salud mental. Allí estuve dos años haciendo terapia y me vino de perlas.

—Qué duro tuvo que ser –se quedó un momento ensimismado mirando su copa-. No me lo puedo imaginar ¿Y cómo saliste de esa situación?

—Pues tuve mucha suerte con mi tía Pilar. Se llamaba así, pero cuando le quería tomar el pelo le llamaba Maripili y ponía voz de pito –lo repitió en alto y los dos se rieron conteniendo la carcajada para no llamar la atención de los clientes-. Fue mi hada madrina: me dio toda la libertad del mundo, todo el cariño que necesitaba y me ayudó a buscar un trabajo. De paso me olvidé de Zeberio y de mi familia y ya te he dicho que volví en días contados.

—Me has dicho que estás sin trabajo, pero supongo que habrás tenido trabajos importantes. Tú eras muy buena en lo tuyo.

—De eso no me puedo quejar. Mientras estuve en terapia, colaboré con una asociación en la que Pilar estaba de voluntaria, haciendo labores de administrativa y poniendo sus papeles en orden: subvenciones, donativos, programas y cosas así. Mira por dónde, en ese voluntariado conocí al que ha sido mi jefe hasta ayer.  Era gerente de una gestoría que se dedica a realizar auditorías a empresas, hasta que los dueños han dicho que tenían pérdidas y han decidido dedicarse a otra cosa. Ahora me queda un finiquito, del que no me puedo quejar, y el tiempo de paro para hacerme a la idea de que tengo que buscar otra cosa sí o sí.

—Estoy seguro de que, si encontrases algún socio, estarías dispuesta a montar tu propia empresa.

—No sería mala idea, pero en estos momentos no estoy para meterme a emprendedora. Tengo unos ahorros, porque he llevado una vida muy poco social y ya sabes que nunca he sido derrochona, pero esos se evaporan a la primera de cambio. Un paso en falso podría mandarme de nuevo a Basurto y ya no tengo a mi tía Pilar, aunque sigo viviendo en su casa.

—Oye, igual yo te podría ayudar algo –sonrió ante la cara de incredulidad que se le puso a Jone, se fijó en que tenían los vasos vacíos-. La última y te cuento ¿te parece?

—Como quieras, pero yo una tónica o algo así  porque si tomo otro copazo no me voy a enterar de nada –comentó sonriendo y abanicándose-. Aunque me temo que no sé de dónde te sacas que me puedes ayudar –concluyó en tono escéptico-.

Josu desplegó todas sus alas de conquistador, y no se arredró ante el escepticismo de Jone. Como ya le había contado iba a recorrer diversas zonas de España para ir entablando relaciones con las principales industrias del calzado. En este primer viaje se trataba de informarse de los recursos de cada una de ellas, ver las novedades que le podría aportar a su empresa y tomar el pulso para ver si alguna mostraba disponibilidad para establecer colaboraciones comerciales. Lógicamente él no podía andar de una parte a otra del charco, por lo que la empresa tendría que contar con un socio estable que siguiese los contactos establecidos, mandara información sobre novedades y, si fuera posible, estableciera una base para comercializar los productos de allá, teniendo en cuenta la cantidad de colombianos que estaban migrando a España.

—O sea el puesto es tuyo. No me lo estoy inventando. Es uno de los objetivos que tengo que cumplir en este viaje. Jone –le cogió las manos y le miró con aquella fuerza que era capaz de desarmarla-, tú eres perfecta  para ese trabajo. Te conozco y tengo total confianza en ti, además podrías seguir ejerciendo de lo que hacías conmigo, cuando me iba por las ramas o fantaseaba demasiado ¿Te acuerdas de lo del cable a tierra? –acabaron riendo los dos al recordar sus discusiones de juventud-.

—Sigues teniendo la  propiedad de apabullarme –se quedó un momento mirando a su vaso de tónica-. No pretenderás que te dé una respuesta ahora mismo, porque eso suena bien, pero yo de calzado solo sé el número que gasto.

—Sabes de negocios, tienes capacidad organizadora y siempre has tenido iniciativa, pero con  los pies en el suelo. Mira, en los diez días que voy a estar de gira te puedes ir poniendo al día de cómo va esto y de paso puedes conocer a los directivos…

—A ver, a ver. Corta. Yo he venido a pasar un día contigo y de repente me encuentro con una gira para hacerme con un trabajo del que no tengo ni idea. Y te tengo que responder ya.

—Pues si quieres –miró al reloj- en Colombia están aún en horario de trabajo, no tengo más que llamar.

—Dame un respiro. Lo consultaré con la almohada. Uf, esto ha sido muy intenso vamos a tomar un poco el aire, aunque sea damos un par de vueltas a la plaza.

Salieron y ella se colgó de nuevo de su brazo. Ambos notaron que lo que sintieron el uno por la otra seguía intacto aunque hubiese un mundo distinto por medio. No había conseguido olvidar del todo aquel hombre y de repente irrumpe en su vida y le pide que trabaje con él, aunque fuese a distancia. Encontraba un problema mucho mayor que el desconocimiento del mundo de los calzados. No se veía capaz de estar al lado de Josu como si fuese su jefe o un amigo sin más. Según le rondaban estas sensaciones por las tripas, iban recordando historias y personajes de su anterior vida: cómo se conocieron en la universidad, el odio incondicional de ambas familias, cómo habían acabado los de su cuadrilla… Había refrescado mucho y se estaba quedando fría, pero no quería que se acabara ese momento agarrada a él sintiendo su risa y su mirada. Llegó el momento de ir cada uno a su habitación. Se despidieron con un par de besos.

Josu sintió unos golpes quedos en la puerta. El corazón le dio un vuelco sabía de sobra quién era y, no podía negar que él también estaba esperando ese momento. Llevaban un día entero conteniéndose y creía que iba a pasar lo que se habían estado transmitiendo sin decir una sola palabra al respecto.

—Josu ¿estás dormido? –susurró asomando la cabeza por la puerta entreabierta-

—No, pasa. Yo tampoco puedo dormir.

—No he venido a darte una respuesta sobre tu oferta –dijo con una sonrisa engañadora-.

—Lo suponía.

—Es más bien una pregunta y sin tu respuesta me temo que no voy a poder dormir –le dijo según entraba vestida solo con un camisón de esos cortos, el pelo revuelto, descalza y se sentó en su cama -.

—Estoy deseando oírla, aunque creo que ya supongo la respuesta –contestó sonriendo mientras se miraban a los ojos-.

—¿Quieres…? –y no siguió hablando le acariciaba la cara y revolvía los pelos, se fue poniendo sobre él hasta que quedaron fundidos en un beso largo y profundo-

—Te vale la respuesta -contestó abrazándola, luego le ayudó a quitarse el camisón-.

—Perfecta. No sé lo que estamos haciendo, pero me muero por recuperar  la sensación de tu piel, la suavidad de tus manos cuando me acaricias…

Se despertó y vio que estaba sola. Se sonrió al revivir mentalmente la experiencia de la noche anterior. Miró a su alrededor y se asomó a la terraza contigua por si veía a Josu. Se puso el camisón y volvió a su cuarto. De repente se acordó que le había prometido darle una respuesta a su oferta de trabajo. De nuevo acabó sonriendo, porque había sido una noche no apta para andar con reflexiones. De todos modos, ahora le parecía algo tentador: descubrir unos terrenos nuevos, tener la posibilidad de trabajar en algo con visión internacional, sentirse segura al lado de Josu al que conocía de sobra. Mientras se daba una ducha y se iba preparando para bajar a desayunar, siguió dando vueltas en la cabeza a estas posibilidades. En realidad ahora no tenía nada que hacer y en Bilbao no le esperaba nadie. Así que iba a aceptar acompañarle en esa gira de empresas a modo de prueba y luego ya se vería. Antes de dar un paso adelante, habría que estudiar las condiciones y concretar las competencias de su contrato, porque Josu se lo había puesto muy fácil, pero suponía que la última palabra la iban a tener en Colombia. Sin embargo, algo le salió de dentro que le hizo frenar: primero tendría que saber cómo iba a reaccionar ante lo sucedido la noche anterior.

Bajó al comedor y tampoco estaba allí. Se asomó al hall y vio cómo se despedía en la puerta principal de un hombre con pinta de ejecutivo. Seguido sacó su móvil y estuvo un buen rato hablando y gesticulando. Como le vio tan concentrado no quiso interrumpirle y esperó a que entrara. Al verla la recibió con una sonrisa radiante, lo que le tranquilizó algo a Jone. La cogió del brazo y entraron juntos al comedor. Se trataba de un abogado de la empresa riojana que tenía previsto visitar. Estaba contento porque le había dado la impresión de que tenían buena disposición para entenderse.

—Ahora solo me falta que me digas tú cómo ves lo que te propuse ayer –le espetó de golpe con una sonrisa engañadora-.

—Hola, hola. Que prisa te has dado –contestó en tono de sorna- y no te has parado a pensar que anoche estuve muy ocupada. Vaya, te estás poniendo colorado. Igual es porque tuviste algo que ver.

Terminaron riéndose, hablado bajito y mirando de reojo a ver si alguien les podía escuchar. Josu se quedó mirándola con una expresión inmensa de ternura y le vino a decir que tenía la impresión de que lo habían dejado ayer mismo. Luego se quedó callado y siguieron desayunando en silencio. Había reservado esa mañana sin compromisos para ellos dos así que iban a tener tiempo de sobra para hablar de todo. Ella la sugirió ir a pasear por la laguna de Hervias, un lugar tranquilo del que hacía tiempo había oído hablar en el trabajo. Allí en plena naturaleza estarían más a gusto para charlar de cosas personales.

No les costó nada dar con la laguna. No está lejos y entre google y las señalizaciones se arreglaron bien. En el trayecto volvieron a recordar entre risas sus antiguas discusiones sobre su forma de conducir y la tartana que tenía por coche. Una vez que llegaron estuvieron un rato contemplando el panorama desde el observatorio. Era el típico espacio de laguna refugio de aves con carteles explicativos de la fauna y la flora. Admiraron la belleza del lugar pero pasaron de carteles y se pudieron a pasear sin rumbo definido. Esta vez Jone le cogió de la mano, como solían hacer cuando paseaban.

—Ya tengo pensado algo –ella fue al grano de inmediato-, pero comprenderás que antes de nada necesito que me expliques qué pasó ayer.

—Yo te podría hacer la misma pregunta, pero creo que ninguno de los dos sabemos responderla del todo.

—Hombre, lo que pasó lo sabemos de sobra. Fue una locura maravillosa, al menos para mí. Me sentí como si me hubiesen devuelto de golpe todo lo que me habían robado en tantos años de soledad afectiva.

—Pues claro, que fue maravilloso y de lo más natural. Nos abandonamos y nos buscamos con aquella complicidad que ya se me había olvidado.

—Ya, pero mi pregunta va más allá. Qué vamos a hacer con lo de anoche –en ese momento se quedaron parados y a Josu se le alteró toda su compostura de hombre seguro de sí mismo-. No es difícil de entender o necesitas que te lo explique.

—No, lo entiendo. Ya, pero… no sé qué decirte…

—Si quieres te voy apuntando algunas opciones: ha sido un momento delicioso y ya veremos si se vuelve a repetir, ha sido un error y no se volverá a repetir, ha sido el comienzo de una nueva vida, va a ser el plan para cuando vuelva a España…

—Jo chica, no te pongas tan prosaica…

—Como la vida misma. Tú no te creerás que yo voy a ser capaz de estar trabajando a tu lado como una amiga sin más. Sabes que me iba a costar una barbaridad, pero si tú me aclaras cuál va a ser tu postura igual lo intento, porque tu oferta es muy interesante y me viene de perlas en uno de los peores momentos de mi vida.

—Ya sé por dónde vas. A ver cómo te explico esto. Este encuentro, y sobre todo la noche de ayer que me quedará registrada para siempre, han sido un momento justiciero. O sea, que ha sido un acto de justicia que nos ha devuelto en un instante algo que nos arrebataron por odio y por envidia. Un momento que necesitábamos para poder cerrar un capítulo de nuestras vidas que estuvo lleno de amor y que nos ha servido para comprobar que aquel amor fue auténtico y que aún lo sentimos –se fue dando cuenta de que a Jone se le iba oscureciendo la cara mientras lo decía-.

—Sí claro, pero ya está ¿no? Ahora viene lo de que hemos seguido cada uno en nuestra vida… la familia, la distancia, los compromisos. Vaya que será bueno trabajar juntos porque nos conocemos de sobra y en su día formamos un buen equipo, los mejores decía tu tío.

—Es imposible volver para atrás sin más.

—Ya, pero para mí no es volver para atrás, es poder hacer mi vida como yo la imaginaba. Lo mío no ha sido vida, ha sido una supervivencia agarrándome al trabajo, a mi tía y a alguna amiga más.

Luego le fue explicando que en principio iba aceptar hacer la gira con él y que la haría en plan de prueba, no solo para ver si le interesaba el tema de los negocios del calzado, sino para probar si era capaz de vivir una amistad con él sin volverse loca. Josu recibió con un suspiro la declaración y le hizo mil promesas de que iba a intentar hacer lo mismo. Ya había hablado con la sede y les había parecido una excelente idea, así que ahora solo le quedaría confirmarlo dando su nombre, su curriculum, sus datos. En breve los servicios jurídicos de la empresa tendrían preparado un borrador de contrato con las condiciones y las funciones a desarrollar. Jone hizo bromas al comprobar que Josu lo tenía más que pensado. Se dieron la mano haciendo una especie de teatrillo.

—Doctora Olabarri es un honor contar con usted en nuestra empresa –y le besó la mano con una profunda reverencia.

—Bobo, menos flores y a ver qué condiciones me ponéis –ahora sí se fundieron en un abrazo-. Me tendré que conformar en recordar lo bien que nos compenetramos en el trabajo. Qué bien hubiese funcionado la serrería.

—A propósito, ¿se ha aclarado algo de lo que sucedió? –preguntó mientras se le oscurecía el rostro-.

—En el pueblo, de lo poco que sé, corrieron muchos bulos y chismes, algunos muy disparatados. Todos apuntaban a tus primos, excepto algún visionario que siguió echándonos la culpa a nosotros. Según se dijo no se encontraron pruebas suficientes y se cerró el caso.

—No me lo puedo creer –hizo un gesto de desprecio-. Vamos a dejarlo, que no estoy para reabrirlo. Hay que celebrar esta nueva adquisición en nuestra empresa –cambió de tono y se dirigieron al coche-.

Habían comido y ya estaba todo arreglado con la dirección de la empresa. Habían mantenido una video conferencia con Medellín y se habían hecho las presentaciones de rigor. Habían aceptado la propuesta de que Jone acompañara a Wili –como decían ellos- en sus entrevistas a modo de prueba y al acabarlas formalizarían el contrato. Jone le había explicado que necesitaba volver a casa para prepararse. Había acudido a la cita con lo puesto y un par de trapos más, pero ahora iba a ser una semana de viajes en plan de representante. Le daría tiempo a volver a dormir porque el viaje no era largo.

Algo le alteró mientras estaba recogiendo sus cosas para irse. Josu estaba en la terraza hablando por teléfono muy alterado. No pudo aguantarse y se fue acercando discretamente desde su ventana. Le oyó decir varias veces “Jeni no”. A la cuarta vez ya dijo Jeniffer y pudo entender algo de la vasca. En seguida ató cabos. Estaba claro que su mujer le estaba montando una escena de celos y no podía suponer hasta dónde sería capaz de llegar la tal Jeniffer. Se quedó sentada en la cama con la cabeza hundida en las manos. Quedaba meridiano que aquella no iba a permitir que Josu tuviese el mínimo contacto con ella y ella no era quien para poner patas arriba su vida y su familia. Esa mujer iba a convertirse en un fantasma omnipresente en todas sus relaciones, y ella tampoco estaba dispuesta a aguantar esas movidas que siempre suelen acabar mal para todos. Solo veía una solución: retirarse a tiempo.

Fue a buscarle y no le encontró en el hotel. Le dijeron en recepción que había pedido un taxi. Supuso que habría ido a hacer alguna gestión para preparar la entrevista del día siguiente y que volvería a cenar contando que ella iba a regresar tarde. Entonces decidió dejarle una nota escrita. Le agradecía los momentos que habían vivido esos días que la habían devuelto a la vida. Le daba también las gracias a los dirigentes de su empresa por la confianza que habían depositado en ella. Y terminó diciéndole: “creo que  a partir de ahora ya podré olvidarte y eso va a ser muy importante. Por favor no me llames más y déjame ir”.


Había pasado casi un año de todo esto y lo que no se podía imaginar es que iba a estar viendo Bilbao desde el aire. Se había jurado que ya no regresaría más a esta tierra, pero ante los últimos acontecimientos que le habían comunicado se había dejado de prejuicios. Más aún, tenía que  volver a pisar Zeberio. Intentaría llegar a tiempo para asistir a lo que llamaban en esas tierras misa de salida, que venía a ser una misa en memoria de la difunta en un día de fiesta para aquellos que no pudieron acudir al funeral. Llegaba con el tiempo justo, así que nada más aterrizar cogería un taxi hasta el pueblo. Si le apeteciera saludar a alguien lo haría a la vuelta en Bilbao. Tenía el corazón en un puño y, desde un principio, sabía lo que le iba a costar llevar a cabo lo que le había prometido a la hermana mayor de Jone. Cuando recibió la noticia  se quedó totalmente colapsado. Le parecía imposible, hasta que se dio cuenta de que todo encajaba perfectamente. Jone había muerto en el parto. No había querido decir a nadie quién era el padre. A última hora se sintió mal, le dijo a su hermana mayor, que le estaba asistiendo, que el padre era Josu el americano. Ante su incredulidad le contó la aventura en Sto. Domingo y le dejó el número de teléfono por si algo salía mal. Habían enterrado sus cenizas en el panteón familiar del cementerio de Zeberio, a donde pensaba ir a depositar unas flores. Estaba dispuesto a reconocer al pequeño y a llevárselo en cuanto su estado se lo permitiese. No le importaba hacerse todo tipo de pruebas para demostrarlo. Ya lo había hablado con Jeniffer y estaba dispuesta a acogerlo en la familia. Tuvo que sujetar a su madre porque estaba empeñada en volar con él para coger en brazos a su nuevo nieto. En su estado de salud no era recomendable y no estaba seguro de que no se montase algún número desagradable en el pueblo. Mattalen le había asegurado que su familia no iba aponer ninguna pega en el caso de que lo quisiera llevar, una vez que Jone dijo que era su padre, y que ella estaba dispuesta a cuidarle hasta que volviese. Así que lo último que haría sería darle de alta en el registro civil. Jone le quería llamar Unai y él le añadiría el nombre de su padre: Unai Alberto Goenaga Olabarri.

—Uste dirá

—A Zeberio

—De acuerdo.

Barakaldo 19 de junio de 2022

Luisfer

 

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