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Un día inolvidable

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18 de junio de 1976. Me levanté como todos los días pero una vez más no iba a ir al tajo. Seguíamos en pie de guerra. La patronal aún no se había sentado a la mesa, acostumbrada como estaba a columpiarse con el sindicato vertical, y había que seguir apretando para que nos tomasen en serio. Había pasado la primera semana de huelga general en el sector de la construcción de Bizkaia. Aún quedaban algunas zonas a las que no se había podido llegar para paralizarlas. Era necesario conseguir el paro total para que no les quedase más remedio que admitir que éramos los únicos interlocutores de los obreros de la construcción. En la reunión clandestina de delegados del fin de semana nos habíamos organizado para montar piquetes informativos y a mí me habían tocado controlar los dos únicos sitios de la capital donde se seguía trabajando. Habíamos convocado a los voluntarios en la parroquia de S. Francisquito. El párroco nos cedía algunos locales para nuestras reuniones, pero esta vez no hic

Huidas hacia adelante (en tres viajes) (3º)

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Wiliam Jesús ( tercer viaje) Había llevado unas flores para poner en la urna. Carlota se quedó un momento conmocionada mirando la inscripción, como si el releer el nombre de su   marido le pudiera posibilitar hablar con él. No le gustaba eso que se veía en las películas de hablar con las lápidas, pero esta ocasión era especial. Cómo le hubiera gustado poder estar presente en la boda de su hijo con una vasquita oriunda de su Zeberio natal. A decir verdad, se sentía constreñida en ese pueblo, aunque gozara de un paisaje precioso entre cumbres, bosques, prados y unos caseríos impresionantes. Cumplió a rajatabla la voluntad de Alberto de ser enterrado aquí. Ahora al ver a su hijo perfectamente situado como uno más de los Goenaga, se le antojaba que las cenizas del padre habían sido las semillas que habían hecho germinar el futuro del hijo. Le había costado mucho entender a la gente de aquí, aunque vivió bastantes años en Bilbao. Estaba claro que de aquí le venía a Alberto el ser hom

Huidas hacia adelante (en tres viajes) (2º)

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Alberto (segundo viaje) Era un mes de septiembre algo más frío de lo habitual. La niebla que entraba del mar dejaba todo empapado sin necesidad de que lloviera. Pedromari y su ayudante estaban terminando de tabicar el interior de un panteón. Salió a coger unos ladrillos y se lo encontró de nuevo plantado frente al panteón de siempre. —Ha vuelto “zintzilik” –le dijo al ayudante entre risitas al bajar- y esta vez creo que hasta trae flores. —Hacía algo más de un año que no aparecía –contestó su ayudante imitando la postura que solía tener cuando se quedaba plantado ante el panteón. En su día no tardaron en averiguar quién era ese hombre joven que el día 28 de cada mes permanecía en pie delante del panteón de los Ormazabal durante un largo rato y besaba la lápida antes de irse. El escándalo de aquella mujer que se suicidó en el momento de su boda había sido muy sonado. Le llamaban zintzilik porque durante varios años no había fallado ni un solo día 28. Los se