Nekane

 Al entrar al bar la vi sentada en un taburete apoyada en la barra tomando un café.  Habían pasado unos cuantos años desde que la vi por última vez, yo ya estaba jubilado, pero aún así la reconocí de inmediato. Había ganado unos kilos más, había cambiado el peinado y su vestimenta no tenía nada que ver con la que conseguía en el ropero de Cáritas. No me pude resistir y me quedé mirándola descaradamente. Ella me mantuvo la mirada y me respondió con una sonrisa entre burlona y desafiante, como queriéndome decir “yo también te conozco y ya no tengo que rendirte cuentas”. Estaba junto a un hombre bastante más mayor que ella. Era corpulento, de mediana estatura y con un bigote espeso. Por sus rasgos faciales y el color de su piel se veía que era sudamericano. Al observar nuestras miradas le pasó el brazo por el hombro  para dejarme bien clarito que ella era posesión exclusiva de él. Desde luego, su catadura no era nada tranquilizadora, su indumentaria dejaba traslucir una prepotencia considerable y un escaso buen gusto. Vamos, que parecía caracterizado para sicario en una película de acción.

Solo duró un instante aquella mirada, porque mis compañeros me preguntaron mi opinión sobre lo que estábamos hablando y me pillaron descolocado. Me costó centrarme en el tema porque no podía evitar el ir rememorando la parte de su historia en la que yo tuve que intervenir. Me llamó la atención cuando nos fuimos que continuaban apalancados en la barra. Me hubiese encantado poderles seguir la pista, porque aquello daba a entender que había gato encerrado, pero ya no era ni mi tiempo ni mi incumbencia. Por lo que yo pude saber, su historia fue un rosario de desastres y lo que acababa de ver podría ser el último misterio doloroso de su cuenta, porque  los gozosos o los gloriosos no entraban en su rosario particular.


Todo empezó cuando nos llegó un aviso urgente de un colegio de primaria. El director del mismo quería hablar directamente con nosotros de una familia que les desbordaba. Las faltas de absentismo eran recurrentes. Los niños presentaban un aspecto desaliñado, una falta de higiene escandalosa y unas conductas muy extrañas. Tenían problemas a las horas del recreo porque se dedicaban a quitar los bocadillos que los demás niños llevaban, como es costumbre habitual, para comer algo a media mañana. Sin embargo en el comedor no comían porque no aceptaban los menús. Y así nos fueron explicando una serie interminable de problemas, hasta que llegaron al fundamental: no habían tenido manera de conseguir hablar con la madre, porque sabían que vivían solo con ella. Eran dos hermanos de diez y ocho años y creían que también había un tercero pero que debía ser muy pequeño.

Ahí entramos nosotros porque estábamos al cargo del absentismo escolar. A través de varias trabajadoras sociales pudimos ir tirando del hilo para entender el caso. Nekane era una chica de familia bien, quizás muy bien, de uno de los pueblos importantes de Bizkaia. De repente a los dieciocho años desaparece de casa. Después de un tiempo sus padres se enteraron de que se había liado con un hombre mayor que ella, con antecedentes penales que se la había llevado a Andalucía. Intentamos contactar con ellos, pero ya no querían saber nada de su hija. Habían intentado hacer algo por sus nietos pero ella se había negado en redondo: no permitía que entrasen para nada en su vida.

El siguiente dato que descubrimos, con cierta perplejidad, fue que había estado en un piso de acogida para mujeres maltratadas. Al parecer, el señor debía de ser una bestia parda y había estado a punto de darle el pase definitivo. No sabemos cómo, aterrizó en Bizkaia huyendo del energúmeno y aprovechando que le habían enchironado por enésima vez en su historial delictivo. Nos quedamos perplejos cuando conocimos el informe de salida de aquel piso. Se había comportado de manera ejemplar, había seguido las instrucciones de las responsables, había conseguido un trabajo y le habían concedido un piso protegido para que pusiera en marcha su nueva vida. Se había marchado de éste y había buscado otro piso por su cuenta. Cuando informamos de su situación actual a las trabajadoras que le habían acompañado, se les cayó el alma a los pies. No se explicaban cómo había sido capaz de haber tirado todo por la borda. Tampoco se explicaban cómo había sido tan inconsciente como para tener otro hijo. Ese niño podía ser la muestra de que había mantenido otra relación, de la que nadie tenía noticia, y, dada que ahora vivía sola con sus hijos, estaba claro que había sufrido otro abandono o había que tenido que salir huyendo de nuevo.

Por fin conseguimos que viniera al ayuntamiento para mantener una entrevista que se suele hacer en los casos de absentismo escolar. Para nuestra sorpresa apareció con sus hijos y con un individuo de lo más extraño. Yo le invité a que saliera porque no figuraba ni como padre ni como tutor de los menores. Respondió airado que aquella era su familia y que Nekane le autorizaba a tutelar a sus hijos. Le pregunté a ésta si quería que estuviese en la entrevista y lo afirmó con un gesto de cabeza, mientras ponía una expresión de cordera degollada. O sea, que había metido en su casa a aquel aventado que ya, a primera vista, llevaba escrita en su cara la desgracia que iba a acarrear. El caso es que no le permitió decir ni una sola palabra, la desautorizó, se proclamó salvador de los pobres niños y se fue tan pichi mientras ella seguía con ese rictus bobalicón que quería ser una sonrisa. Creo que tuve que estar con ella alguna otra vez pero no recuerdo su voz porque no pronunció una palabra delante de mí. El tipo ese resultó ser un entrenador de algún equipo de aficionados que se creía apto para dirigir al Real Madrid, como mínimo. No hizo más que crear nuevos problemas en el colegio, además de provocar más problemas en los niños. Llegó a encararse con el director, que en alguna ocasión tuvo que reclamar la presencia de los municipales.

Dos años después, la misma historia en el instituto. Me entrevisté directamente con los chavales y soltaron por aquella boquita de todo. No aguantaban al individuo porque les trataba muy mal. Le insultaba a su madre, le estaba dando voces todo el día y mangoneaba el dinero de la ayuda que recibía. En el instituto nos informaron que el mayor vivía en otro mundo y que el pequeño era muy agresivo. Habían tenido que abrirle un expediente por pegar a compañeros y por insultar a una profesora. Al poco tiempo me encontré por casualidad con el mayor que iba haciendo gala de las pintas innobles que llevaba. Vamos, aquello era  de reírse por no llorar: un sombrero de vaquero, una chaquetilla extravagante, unos pantalones de mil colores que me podían valer a mí… un desastre. Me saludó jubiloso y me pasó el parte final: que ya no aguantaban a su madre ni a “ese hijo…”, que su padre había salido de la cárcel y se iban a vivir con él a Andalucía.

A partir de aquí caben un montón de preguntas, para las que hay pocas o ninguna respuesta. Puede que cada cual sea irrepetible y esté marcada por su personalidad, por sus traumas y por su historia de desavenencias familiares y sociales. Por desgracia, conozco más casos de mujeres jóvenes que han acabado yendo de maltratador en maltratador, como hipnotizadas por ese tipo de indeseables. Otras han ido aún más allá, acabando chuleadas por sus propios hijos. Supongo que resulta fácil juzgar a Nekane y hacer comentarios pelín crueles: que espabile, le va la marcha, ella se lo ha buscado… Sin embargo, después de aquella mirada inesperada me quedé repitiendo por dentro una pregunta que me hacía muchas veces. Qué tipo de agujero negro lleva esta mujer en el alma para dejarse destrozar, permitir que destrocen a su familia y echar por tierra una recuperación que le hubiese permitido hacer frente a una nueva vida. Cada vez que recuerdo su cara de luna llena, manchada  por esa sonrisa inexpresiva, se me encoge algo por dentro de pena y de  impotencia por haber intentado colaborar en arreglar aquel desastre y solo haber podido levantar acta del mismo.  



 

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