SUPERVIVIENTES
Moha Era enjuto, de baja estatura. Su mirada dejaba escapar reflejos de desconfianza. Su cara, en cambio, parecía una oración de súplica. La postura rígida de su cuerpo, reflejaba una tensión y un estado de alerta permanente. Las manos, grandes, nervudas y maltratadas, resaltaban por su tamaño desproporcionado. Diríase que un gigante se las hubiera prestado. Las frotaba compulsivamente, a la vez miraba hacia un lado y otro como si estuviera esperando que apareciera alguien que ya tenía que haber hecho acto de presencia. Medio fumaba un cigarrillo y medio lo masticaba descargando en él la tensión de sus mandíbulas. Moha llevaba ya dos años en España. Hacía que hablaba el castellano, pero lo entendía a medias y era un artista simulando que lo dominaba. Había pasado por varios albergues y últimamente se había acogido a una ONG que le facilitaba un rincón para pasar la noche y un poco más. Conseguía sobrevivir porque, entre otras cosas, había descubierto cuál era la debilidad de la